Nunca deberíamos de olvidar esto. Deberíamos de recordarlo todos los días de nuestra vida y aplicarlo siempre, con todos los niños que pasen por nuestra vida durante un minuto, una hora, una temporada, para siempre. Deberíamos de ser capaces de inculcarlo, de contagiarlo, de transmitirlo y de no olvidarlo nunca. Qué fácil y qué difícil.
«Cada segundo que vivimos es un momento nuevo,
y único del universo,
un momento que no volverá…
¿Y qué es lo que enseñamos a nuestros hijos?
Pues les enseñamos que dos y dos son cuatro,
que París es la capital de Francia.
¿Cuándo les enseñamos además lo que son?
A cada uno de ellos deberíamos decirle:
¿Sabes lo que eres? Eres una maravilla.
Eres único. Nunca antes ha habido
ningún otro niño como tú.
Con tus piernas, con tus brazos,
con la habilidad de tus dedos,
con tu manera de moverte.
…
Tienes todas las capacidades.
Sí, eres una maravilla.
Y cuando crezcas, ¿serás capaz de hacer daño a otro
que sea, como tú, una maravilla?
Debes trabajar-como todos debemos trabajar-
para hacer el mundo digno de sus hijos.»